lunes, 17 de noviembre de 2008

Clara

Clara era de piel pura, de ojos incandescentes y mirada perdida. Era de piedra, esculpida con trazos de belleza clásica, casi intocable, se pasaba las noches en vela llorando y guardando sus lágrimas en un tarro desde que fue consciente de que su madre murió dándole a luz; en aquél tarro sus lágrimas se convertian en sal. Lloraba inconsolablemente, a oscuras, con la intención de volver a formar su figura, lágrima a lágrima. No recordaba a su madre pero sabía que la escultura quedaría perfecta.

Clara pensaba que el amor era un suicidio. Un día andando entre la oscuridad de sus pensamientos, pudo sentir como su corazón lanzó un hilo invisible que atravesó media ciudad y comenzó a tirar de ella. Se había enganchado y fuertemente la arrastraba al comprás de otro latido. Cuando se atrevió a abrir los ojos y alzó la mirada, pudo descubrir que su imagen se dibujaba en dos grandes charcos azules. Por primera vez, Clara se encontraba en frente de otro ser, sin necesidad de salir corriendo y por primer y última vez Clara se enamoró.

Por un momento, pasó por su mente la imagen de ella corriendo con su pelo trigo lleno de azucenas por encima de grandes abismos, pero no pisaba el suelo, iba de nube en nube dibujando en el aire suspiros en forma de besos que buscaban ser capturados. Ante esta imagen, Clara desconcertada lloró, pero esta vez su lágrima se conviertió en azucar y sabía tan delicioso que áun conociendo la mentira en la que se adentraba a jugar, a pesar del teatro de papel que se iba a destruir ante sus ojos, lo saboreó y dejó que sus papilas gustativas imaginaran sueños infinitos donde ella recogía pedazos de su corazón, que por primera vez, era rojo, apasionado y tembloros.

Se creó una necesidad de saber de él, pero no tenía nombre, o por lo menos no importaba. Le importaba sus manos, su cuello, su pecho, su boca. Era la representación del amor en estado puro, sin necesidad de tener rostro, tenía todos; aquellos que se buscan, aquellos que se encuentran y aquellos que se sueñan. Abarcó todo lo que nunca conoció. Tenía la pasión, la fragilidad, la hermosura, mentira, los celos; todos los pecados. Nunca supo de dónde surgió y nunca supo como terminó todo.
Se necesitaban tocar para saber que estaban vivos; se besaban para mezclar sus almas. Se miraban los huesos, y observaban como el veneno, rápido y mortal se les metía; mientras temían que si se movian del instante en el que vivian, el hilo se partiría y dejarían de existir, dependían en uno del otro.

Y llegó aquella tarde, cuando los dos, sin hablarse, supieron que todo había sido nada y la nada había sido todo en un instante. Se mintieron tanto que sabía a verdad, respiraron el aire falso que alimentaba el riesgo y se amaban en mundos imaginarios, testigos de sus caricias.

1 comentario:

Garabatista dijo...

Todos estamos deseando que un hilo invisible nos atrape, pero solamente para que el corazón se nos ponga más rojo que nunca, no para recoger los pedacitos de lo que fue.

Me ha encantado.