lunes, 22 de junio de 2009

Fría y sudorosa, con ganas de salir corriendo por temor a no poder corresponderle, o quizás a que ella no fuera la correspondida. Una suave manta le cubrió durante varios minutos su desnutrido cuerpo, desnutrido de amor, de caricias, de sentimientos. Hacía mucho tiempo que había perdido la fe en sentirse amada, en ser correspondida.

Lentamente se dejó llevar por el ambiente, cerró los ojos, se inclinó y sus cabellos dorados se extendieron por aquella cama que dentro de unas pocas horas iba a ser testigo de la fusión de dos seres, de dos ingenuos muchachos. Durante un momento sintió el peso de otro cuerpo cercano a ella, que no la tocaba, que no estaba cerca de ella, pero que podía notar, palpar, degustar.

"¿Puedo acercarme más?" fue lo que la hizo volver a la realidad, una pregunta ante la que no se veía capaz de contestar. Nadie le había enseñado que las acciones emiten causas y efectos, que lo que ella decidiera ahora, anudaría su destino y nunca más podría volver atrás. Ella pensaba que demasiado cerca ya estaba, que si lo hacía más, su cuerpo explotaría en mil pedazos y por eso se estremeció y se acurrucó más hasta que sus brazos cobijaron sus piernas. Pero inconscientemente se relamió los labios. Maldiciéndose, de su boca no pudo salir otra cosa que aquella frase que golpeaba la puerta con sus nudillos. "Por favor hazlo".

Con cada milímetro que la boca de él avanzaba hacia la suya, el chico volvía a repetir la frase una y otra vez, como un estribillo de una melodía que hacía vibrar las cuerdas que ataban a esa pobre muñeca al teatro de esta situación.

Y cuando ya pudo notar su aliento impregnando sus labios, sin tan ni si quiera abriendo los ojos en todo este tiempo, su mano cobró vida, y tocando levemente su nuca, aproximo los labios inocentes, que comenzaron a desarrollar una vida indecente, sin ser dueños de nadie, al unísono, al compás.
Aquella vida indecente de labios, fue digerida durante dos años.

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