lunes, 16 de febrero de 2009

Y la pequeña princesa arrastró su larga cabellera de color de la cebada por entre los matorrales.
Sola, pensativa, con las mejillas rosadas por culpa de la respiración entrecortada, de saltar; de intentar alcanzar el rojo grande y rojo que se escapa de las manos. Siente que se esfuma su corazón con él, que baila con el viento y ella con sus pies descalzos dentro del barro queda con la mirada impasible.

Comienza la lluvia, incesante, que le hace tener cada vez más sed, y se cubre con su caperuza roja. Sus labios palpitantes sueñan con besar a hombres del pasado, a sentirse musa de grandes artistas, y sentirse especial para alguien, mientras el globo flota y flota como bailando con las musarañas.

Y la falda blanca rasgada le marca la curvatura de un cuerpo que deja de ser niña, que comienza su andadura por la vida, es mujer, no se reconoce pero siente su esencia.

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